Notas de Estados Unidos II: Lo público
Filantropía, museos y los impuestos que los sustentan
Dando una vuelta por Lincoln Center en Nueva York este verano, nos quedamos embobados leyendo la lista de patrocinadores de aquél complejo cultural. Entre los aportantes estaban empresas tan dispares como The Walt Disney Corporation o la Soros Foundation.
No fue el único lugar de Nueva York y Washington que terminé leyendo los nombres de las personas que ponían el dinero de aquellas vastas exposiciones.
En la Biblioteca Publica de la gran manzana pudimos asistir a una exposición de sus mayores tesoros por cortesía de distintos mecenas, entre los que destaca Stephen A. Schwarzman, consejero delegado de Blackstone. En el Metropolitan Museum algunas de las mayores contribuciones están hechas por la controvertida familia Sackler1. Y, el National Air and Space Museum hay una la sala dedicada a las misiones lunares, patrocinada por Jeff Bezos.
Las visitas a estos espacios, como los museos del grupo Smithsonian, son gratuitos. En otros casos, como el Met o el MoMA, disponen algunos días de la semana para que los residentes en Nueva York y Nueva Jersey entren sin pagar un duro. Antes si que había un día gratuito para todo el mundo. Pero lo retiraron y ahora está reservado solo a los habitantes de la región.
Estas condiciones me parecen fenomenal. Son sus reglas y no es la primera vez que veo algo similar. En Londres la mayoría de museos son gratuitos. Mientras que en San Petersburgo si te identificas con tu pasaporte ruso, te dejan entrar. En cambio, a los turistas, los obligan a desembolsar su parte.
Esta es la segunda nota de la serie de Notas de Estados Unidos que empecé en este enlace
Cuando jugamos en casa
En mi ciudad hay un museo especializado en arte medieval. En realidad, y a diferencia del Met de Nueva York, este lugar bebe de lo que tiene más cerca como las iglesias románicas y góticas, que se construyeron hace más de siete siglos alrededor.
El espacio contiene abundantes piezas de esta época y muchos especialistas lo consideran uno de los mejores en su temática de toda Europa.
Como la mayoría de museos en España, tiene descuentos por mayores de edad, para jóvenes, para desocupados, para grupos… Pero para el resto de mortales está la entrada genérica, sin hacer distinciones entre lugareños y turistas.
Alguien me advertirá que hay un un domingo al mes que permiten la entrada gratuita. Si, es verdad. Pero ese día no hay ningún tipo de filtro.
Por otro lado, no leo en ningún lugar grandes aportaciones de personas privadas. No hay una Thyssen, ni un Amancio Ortega. De hecho, en la página web del museo figuran dos patrocinadores principales: la Diputación de Barcelona y el Departament de la Generalitat de Catalunya.
Dicho de otro modo, aquí el patrocinador soy yo, a través de mis impuestos.
¿Estoy en contra de ello? No, pero me siento incómodo con esta situación que me genera muchas dudas. ¿Por qué este museo no tiene más visibilidad? ¿Por qué no tengo la opción de más descuentos, si soy uno de los primeros aportantes de la infraestructura?
Aquí podría abrir un gran melón sobre lo público, su capacidad de gestión y cuándo es necesario que el sector público sustente algún tipo de actividades, y cuando no. Mientras que la actividad filantrópica per sé también genera grandes preguntas. Sobre todo, el origen del dinero (la familia Sackler es un buen ejemplo) y cuantos impuestos se han evadido para alcanzar tales sumas.
Como digo en muchas ocasiones, en economía nunca todo es blanco o negro. Los grises son muy importantes.
Feliz viernes!
Disclaimer: No tengo ninguna posición de mi cartera de inversiones en las empresas comentadas en el correspondiente informe.
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La familia Sackler es propietaria de Purdue Pharma, propietaria de un catálogo de fármacos que tienen como objetivo la disminución del dolor físico. Su producto estrella es el OxyContin. Los efectos nocivos de este producto, su comercialización, la opacidad de las operaciones corporativas de la familia Sackler y sus donaciones están descritas a la perfección en el fantástico libro “El imperio del dolor” de Patrick Radden Keefe.