Notas de Estados Unidos: El negocio de los rascacielos
Te venden el subir a un rascacielos como experiencia, y te cobran por ello
Este verano tuve la oportunidad de volver a visitar Estados Unidos. En esta ocasión, junto con mi pareja, visitamos Nueva York y después Washington. Durante el viaje tomé nota mental de algunas dinámicas de estas dos grandes ciudades, que llamaron la atención de mi economista interior y que tengo ganas de relatar en este espacio.
A través de distintas notas, publicaré estos pensamientos a lo largo de los próximos días. Hoy comienzo esta secuencia centrándome en el componente visual más importante de Nueva York: sus rascacielos.
Rascacielos, toda una experiencia
Al llegar el primer día en coche a la ciudad, lo primero que divisamos de la gran manzana fueron estos edificios. De lejos, conseguimos identificar el Empire State Building; por supuesto el edificio Chrysler; e incluso a lo lejos el One World Trade Center. Este último ocupa un lugar cerca de dónde estaban las torres gemelas y del actual monumento en memoria de las víctimas del ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001.
Sin lugar a dudas subiríamos en un rascacielos. Todo dependería de nuestro calendario, el precio y el tiempo, ya que se avecinaban tormentas tropicales.
Una vez en nuestro hotel y tras varios días de deambular por las calles de la gran manzana, decidimos escoger el edificio que subiríamos y desde dónde nos deleitaríamos de las vistas de la gran ciudad. En mi primera visita ya había visitado el Top of the Rock, la cima del edificio central del Rockefeller Center. Este quedaba descartado ya de entrada.
Empezamos nuestra búsqueda y nos dimos de bruces contra la realidad: el oligopolio de los rascacielos.
Subir a un edificio es más que tomar un ascensor. Mucho más que asomarte a una ventana. Es toda una experiencia. O así lo venden. Y, por esta razón, no sale gratis. Sino que hay toda una industria alrededor, que tiene como objetivo sacar todo el jugo posible a los turistas.
Una visita a un rascacielos cuesta, de promedio, unos cincuenta dólares. No hay descuentos. No hay low cost. Y todos barajan los mismos precios. La oferta es la que hay y la demanda es absurdamente alta. Por esta razón, si quieres sentirte amo de la ciudad por un ratito, debes pasar por el aro y pagar como mínimo este importe.
Dado que es una experiencia, cuando te inscribes por la visita, también te ofrecen otros complementos como:
Tomarte un cocktail
Comer un tentempié
Degustar una comida o una cena
Hacerte varias fotos con el skyline de fondo
Y, si por si esto no fuera poco, también tendrás la posibilidad de comprar en la tienda todo tipo de merchandising relacionado con la historia de aquella estructura, sus alrededores o una taza con la etiqueta “I love NYC” en algún lado.
Por otro lado, estos negocios también aprovechan la variabilidad de la demanda a lo largo del día, para ajustar precios. Es lo que en economía se denomina: “absorber (o aprovechar) la curva de la demanda”.
Si quieres subir al Empire State Building a una hora cualquiera, pagarás los cincuenta dólares, más impuestos. Pero, están aquellas horas de máxima audiencia. Cuando el sol se pone y la ciudad luce todo su esplendor. Entonces, la compañía gestora impone un suplemento y sube el precio unos diez dólares.
Los americanos sí saben los que se hacen.
Andando por ahí, tuvimos la oportunidad de hablar con otros turistas que habían comprado la entrada para el prime time. Y resultó que una vez arriba todo estaba nublado. Apenas vieron nada. Por supuesto, esto no es culpa del rascacielos, y tuvieron que apoquinar el billete, con un cielo gris, en la hora de máxima audiencia.
Nosotros tuvimos la fortuna de observar la noche iluminada desde el SUMMIT One Vanderbilt. Un lugar dónde refuerzan tu experiencia con distintas plantas con suelos y techos recubiertos de espejos (recomiendan a las chicas que no lleven falda), dando la impresión de estar en las alturas sin ningún tipo de soporte.
De noche la ciudad es bonita y, si no hay demasiada gente, estos lugares te dan la oportunidad de desconectar del ruido que hay noventa pisos más abajo. Es parte del encanto de ser un turista en Nueva York.
Una vez arriba, observando el horizonte, recordé como en películas como “Algo para recordar” o la serie “Como conocí a vuestra madre” sus protagonistas suben y bajan del Empire State Building como si lo hicieran por las escaleras de su casa. Me pareció absurdo. Si tuvieran que pagar lo que realmente cuesta la subida, se dejarían de tantas tonterías y quedarían en un café de la Quinta Avenida.
Feliz viernes!